Vieraskäyttäjä
13. heinäkuuta 2025
Cuando uno reserva en un hotel de cinco estrellas, lo hace con la esperanza de vivir una experiencia completa: belleza, sí, pero también excelencia, hospitalidad, y ese arte invisible de hacer sentir al huésped especial. Este hotel, con su arquitectura deslumbrante y rincones de postal, promete mucho desde el primer vistazo. Jardines impecables, salones majestuosos, detalles que parecen susurrar lujo… Pero basta con rasgar un poco la superficie para notar que algo falta: el alma. Porque por muy dorados que sean los candelabros, si la sonrisa del personal no es sincera, el encanto se desvanece. El trato recibido recuerda más al de un hotel familiar de tres estrellas con todo incluido, donde el protocolo se diluye y la profesionalidad se vuelve difusa. El personal —aunque correcto— parece desbordado o desinteresado, como si la belleza del lugar bastara para perdonar cualquier descuido humano. Y no es así. Un verdadero cinco estrellas se mide no solo por sus instalaciones, sino por la calidez, la atención al detalle, la intuición del servicio. Este lugar, si bien cumple con lo visual, olvida que la hospitalidad es un arte que se sirve en la mirada, en el tono, en ese pequeño gesto que marca la diferencia entre alojarse… y sentirse bienvenido. En resumen: un palacio por fuera, pero con el alma de un hostal adormecido. Ojalá recuerden que el lujo empieza por el trato
Käännä